Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable. Pero hay dos grandes diferencias entre una y otra. La primera diferencia es que la avaricia se asocia exclusivamente con los bienes materiales, mientras que el campo de la envidia es más general, incluyendo bienes intangibles como las cualidades que tiene otra persona, etc. La segunda diferencia es que el pecado de envidia tiene una fuerte connotación personal: se desea vehementemente un bien que tiene una persona particular y concreta. El deseo vehemente va acompañado de la percepción aguda y dolorosa de que uno carece del bien que aquella persona posee, percibiéndose aquella situación como injusta o indebida según la propia visión estrecha y egocéntrica, y por tanto deseándose el mal para aquella persona, y sintiendo satisfacción si le ocurre algo malo.
La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come
Francisco de Quevedo
Dante Alighieri define la envidia como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En la Divina Comedia el castigo para los envidiosos es el de tener los ojos cosidos con alambres de hierro, como consecuencia de haberse complacido al ver a otros caer.
El primer envidioso según el relato bíblico fue Cain, que sentía hacia su hermano Abel una envidia tan profundamente perturbadora que le llevó a asesinarlo. Probablemente su envidia estaba mezclada con la soberbia, pecado capital que tiene un carácter más activo que la envidia.
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